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La vela colgaba hecha jirones sobre ellos, con sus bordes desgarrados rompiéndose como una advertencia al viento. Sin ninguna forma de avanzar, el barco iba a la deriva sin poder hacer nada en mar abierto. Liam miró fijamente el horizonte vacío, dándose cuenta de que el océano se había convertido de repente en una trampa.

Ethan volvió a probar con la radio, la estática crepitó antes de que se oyera una voz en un inglés entrecortado y entrecortado. “Indique… ubicación exacta”, dijo. El tono no transmitía seguridad, sólo órdenes. Ethan entrecerró los ojos. No respondió de inmediato. Algo en la petición no sonaba a ayuda. Parecía un cebo.

Entonces aparecieron las formas: dos largos botes que se deslizaban desde detrás de la isla, moviéndose deprisa, demasiado deprisa. El rocío saltaba de sus proas mientras atravesaban el mar resplandeciente. El corazón de Liam se animó, pensando que el rescate había llegado pronto. Pero las palabras de Ethan fueron cortantes y definitivas: “Eso no es ayuda”

El océano estaba en calma aquella mañana, la luz del sol se extendía por el agua en amplias franjas doradas. El Estela de Aurora avanzaba a paso tranquilo, con las velas recogiendo el viento justo para que el viaje fuera tranquilo. Ethan Calder estaba apoyado en el timón, con una postura firme y el rostro marcado por los años de navegación.

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Al otro lado de la cubierta, Liam Ross estaba agachado sobre una hilera de cajas estancas, comprobando cuidadosamente los precintos. Dentro había miles de dólares en instrumentos: sensores, cámaras, herramientas especializadas para estudiar los arrecifes y las corrientes. Para él, no eran sólo equipos; eran meses de subvención, todo su proyecto descansaba en esas cajas.

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“Tratas a esas cosas como a recién nacidos”, dijo Ethan, con voz seca pero no cruel. Liam levantó la vista y sonrió débilmente. “Son más valiosos que yo. Si los pierdo, será mejor que empiece de cero” “Entonces, no los pierdas”, replicó Ethan con sencillez, volviendo la vista hacia el horizonte. Durante un rato, el único sonido fue el suave aleteo de la lona y el golpeteo de las olas contra el casco.

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Al final, Liam se sentó con las piernas cruzadas, el cuaderno apoyado en la rodilla, garabateando ideas sobre la decoloración de los corales y las migraciones de los peces. Ethan le dejó tranquilo. El joven tenía la cabeza llena de números y datos, mientras que Ethan sólo tenía el mar y sus estados de ánimo para medir.

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Este no era su primer viaje juntos. Cada vez que Liam necesitaba dirigirse a alta mar para investigar, reservaba un velero, siempre a vela, nunca a motor. El zumbido de un motor perturbaba la vida misma que estaba estudiando, así que en su lugar confiaba en la silenciosa fuerza del viento. Y cuando se trataba de patrones, llamaba a Ethan.

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Otros marineros eran más baratos, quizá más jóvenes, pero Liam había aprendido rápidamente que la experiencia contaba más que los ahorros cuando el océano se ponía feo. Ethan había sido una vez un marinero competitivo, cuando las regatas y los trofeos le definían.

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Aquellos días habían quedado atrás, pero los hábitos permanecían: la mirada fija en el horizonte, la mano experta en el timón, el cálculo silencioso del riesgo en cada brisa cambiante. Liam, por su parte, tenía la energía inquieta de alguien que todavía está tratando de probarse a sí mismo, y su equipo era casi una extensión de su ambición.

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“Siempre me reservas”, dijo Ethan de repente, sin apartar los ojos del agua. “¿Por qué? Hay muchos barcos en los que podrías montar” Liam cerró su cuaderno, pensativo. “Porque contigo sé que volveré con mi equipo intacto. Y sin marearme” Sonrió levemente. “Con eso me basta”

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La boca de Ethan se torció en algo parecido a una sonrisa, aunque no se prolongó. “Buena respuesta” Era un día como muchos otros: sólo ellos dos, un velero lleno de equipo y un mar ancho e infinito. Nada hacía suponer que este día sería diferente.

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Justo cuando se acercaban a su destino, el barco se tambaleó de repente, sacudido por una repentina elevación de roca oculta bajo la superficie. El impacto tensó la lona y, con la siguiente ráfaga de viento, la vela se abrió de par en par. El sonido del desgarro fue agudo, violento, imposible de confundir. Liam se estremeció. “¿Qué ha sido eso?

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“La vela”, murmuró Ethan, corriendo hacia delante. Agarró la vela antes de que se rompiera aún más, pero el daño era irreparable. Trabajaron codo con codo, sudando bajo el sol, intentando remendarlo con tela y cinta adhesiva. Cada intento era un fracaso; la rotura no hacía más que aumentar.

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Finalmente, Ethan dejó caer el borde rasgado con un gesto sombrío de la cabeza. “No va a aguantar” “Entonces… ¿qué?” Preguntó Liam, sin aliento. “No podemos navegar sin él”, dijo Ethan con rotundidad. “No, a menos que tuviéramos uno de repuesto” Su tono se agudizó.

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“Y no lo tenemos, porque has llenado la mitad del almacén con esas cajas” La boca de Liam se torció en una sonrisa nerviosa. Miró las cajas apiladas con culpabilidad en los ojos. No eran sólo carga, eran la razón por la que la vela de reserva se había quedado atrás.

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Ethan suspiró y cogió la radio. La estática crepitó antes de que una voz oficial y tranquila confirmara sus coordenadas y prometiera ayuda. Cuatro horas. “No se muevan”, dijo la voz. “Llegaremos hasta ustedes” Ethan dejó el micrófono a un lado, el silencio que siguió presionando como un peso.

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Minutos después, la estática volvió a sisear. Esta vez, una voz diferente, a través de un inglés entrecortado y entrecortado. “Indique… la ubicación exacta. Repita” Ethan frunció el ceño e intercambió una rápida mirada con Liam. Repitió las coordenadas con cuidado y añadió: “Confirme recibido” Sólo siguió el silencio. Ethan esperó. Nada. Finalmente, se encogió de hombros, aunque la inquietud persistía.

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Las horas se alargaban. Con la vela inutilizada, el barco iba a la deriva hacia donde quisiera la corriente. Liam se paseaba por la cubierta, mirando sus maletas como si no hubieran desaparecido. Entonces, algo parpadeó en la esquina de su visión: una forma oscura que se deslizaba desde detrás de una cresta de tierra. Al principio pensó que eran los guardacostas.

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Pero la mandíbula de Ethan se tensó en cuanto lo vio. “Son un problema”, dijo Ethan. Su tono era llano, sin lugar a dudas. Se volvió bruscamente hacia la popa, moviéndose ya con determinación. Liam parpadeó y le siguió. “¿Adónde vas? “A darnos una oportunidad de luchar”, dijo Ethan. “No vamos a esperar a averiguar qué quieren” Liam volvió a mirar al horizonte.

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Otro barco había aparecido detrás del primero, ambos se dirigían directamente hacia ellos, con el rocío levantándose detrás de sus proas. Sintió un escalofrío en el pecho cuando comprendió la verdad. Quienesquiera que fuesen, no estaban aquí para ayudar. A Liam se le hizo un nudo en la garganta. “Entonces, ¿quiénes son? La respuesta de Ethan fue tajante, sin vacilar.

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“Piratas” La palabra flotaba en el aire, más escalofriante que las ráfagas que corrían por la cubierta. Liam parpadeó, como esperando una sonrisa, alguna señal de que se trataba de una broma. Pero la expresión de Ethan era de piedra. “Hablas en serio”, susurró Liam. “Como un ataque al corazón”, dijo Ethan. “Nos despojarán de todo y nos dejarán a la deriva, si tenemos suerte”

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La mirada de Liam se desvió hacia las cajas estancas apiladas en la cubierta. Todo aquel equipo, meses de trabajo, valía más de lo que cualquiera de ellos llevaba en la cartera. Sintió un nuevo ataque de pánico. “Querrán el equipo”, dijo, tambaleándose en cubierta. “Lo querrán todo”, espetó Ethan, agazapándose en la popa. Sus manos trabajaron rápido, tirando de la cuerda de arranque del motor auxiliar.

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El primer tirón no produjo más que una tos seca. Ethan volvió a tirar con más fuerza. El motor chisporroteó, se detuvo y luego rugió con un gruñido bajo y desigual. La vibración onduló por todo el barco. “No vamos a quedarnos quietos”, dijo Ethan con firmeza. “No si se están acercando” Liam entró en pánico: “Pero dijiste que la Guardia Costera iba a…”

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Ethan le cortó, haciendo girar el acelerador. “No llegarán a tiempo. O nos movemos ahora o no nos movemos” El barco avanzó tembloroso con la fuerza del motor y se alejó lentamente de la isla. El viento tiraba inútilmente de la vela desgarrada sobre ellos, la lona ondeando como una bandera de rendición. Liam se agarró a la barandilla, observando cómo se agrandaban las formas oscuras en la distancia.

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“¿Hasta dónde puede llevarnos esta cosa?”, preguntó. Los ojos de Ethan permanecían fijos en el horizonte. “No muy lejos. Este motor no está hecho para navegar en mar abierto, sólo para atracar y maniobrar. Y consume combustible más rápido de lo que crees” Vaciló, voz baja. “No tenemos suficiente para dejarlos atrás. Sólo para ganar tiempo”

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El motor zumbaba bajo, un leve murmullo contra el ritmo de las olas. La embarcación avanzaba con obstinación y lentitud, dejando tras de sí una estela de espuma. Ethan mantenía los ojos fijos en el horizonte, la mandíbula apretada y las manos firmes sobre el acelerador.

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Detrás de ellos, las oscuras embarcaciones aumentaban de tamaño y sus estelas surcaban el agua formando largas cicatrices blancas. El rocío se disparaba con cada subida y cada bajada. Incluso a distancia, su velocidad era evidente: estaban acortando distancias.

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Ethan cogió la radio y giró el dial. “Mayday, mayday, aquí Aurora’s Wake, solicito ayuda inmediata, dos naves hostiles nos persiguen” Sólo respondió estática. Volvió a intentarlo, más agudo, más alto, pero no se oyó nada. Sus ojos se entrecerraron. “Nos están interfiriendo”, murmuró. “Por eso nadie responde”

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Liam se volvió, con un tono de pánico en su voz. “Son más rápidos que nosotros. Mucho más rápidos” “Lo sé”, dijo Ethan con calma. “Pero mientras el motor funcione, tenemos ventaja. Todo lo que necesitamos es tiempo”, dijo Ethan, mirando hacia las naves que les perseguían. “¿Tiempo para qué? Preguntó Liam. “Para que llegue la Guardia Costera”

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Las palabras no reconfortaron a Liam. Miró el indicador de combustible que había junto al alojamiento del motor. La aguja estaba baja, demasiado baja. Tragó saliva. “No tenemos horas, Ethan. Ni siquiera tenemos una” Los ojos del hombre mayor se entrecerraron. “Entonces hacemos que cuente. Empujamos todo lo que podemos, hacemos que trabajen para atraparnos”

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El mar se extendía interminable a su alrededor, brillante bajo el sol, despiadadamente vacío. Cada segundo, la distancia se acortaba. Los dos barcos los seguían con firmeza, formas negras que se acuchillaban en el mar resplandeciente. No estaban lo bastante cerca como para subir a bordo, pero sí lo bastante como para que sus intenciones quedaran claras. Cada minuto, la distancia se reducía.

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Liam no podía quedarse quieto. Corrió por la cubierta, con los ojos rebotando entre las embarcaciones que se acercaban y las cajas apiladas ordenadamente junto al mástil. “Se lo van a llevar todo”, soltó. Le temblaban las manos cuando agarró una de las cajas más pequeñas e intentó meterla debajo de un banco. “No puedo… estos instrumentos cuestan más que…” Sus palabras se enredaron en el pánico.

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“Déjalo”, ladró Ethan. “Verán cómo te mueves. Sólo harás que parezcamos más desesperados” “¡Estoy desesperado! Replicó Liam, con la voz entrecortada. Empujó otra maleta hacia la escotilla de la cocina, tratando de meterla dentro, fuera de la vista. El sudor le manchaba la frente. Desde el agua llegaba el sonido más débil, gritos arrastrados por el viento.

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Fuertes, guturales. Liam se quedó inmóvil, mirando hacia el horizonte. Los barcos ya no estaban tan lejos. Podía oírlos. “Ethan”, susurró, con voz débil y asustada. “Nos están gritando” Ethan no miró hacia atrás. Sus ojos permanecían fijos hacia delante, con los nudillos blancos sobre el acelerador. “No escuches. No mires. Agacha la cabeza”

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Pero Liam no podía. Los gritos procedentes del otro lado del agua eran imposibles de ignorar: fuertes ahora, furiosos, como una promesa de lo que se avecinaba. El ruido se hizo más fuerte: los motores gruñendo, las voces elevándose en un coro gutural que se extendía sobre el agua. El aire se llenó de rocío cuando la primera embarcación se acercó, virando bruscamente en el último segundo.

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Su casco se estrelló contra el costado de la Estela de la Aurora con un ruido sordo y estremecedor. Liam gritó y tropezó contra la barandilla. Una de sus maletas se deslizó por la cubierta con un rasguño repugnante antes de que Ethan la atrapara con su bota. “Sujétate”, gritó Ethan Gritó Ethan. El impacto los empujó hacia un lado, girando la proa lo suficiente como para desviarlos de su rumbo.

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Ethan forcejeó con el acelerador, intentando enderezarse, pero el motor carecía de fuerza para resistir el empujón. “Nos están arreando”, murmuró Ethan sombríamente. “Nos están alejando de las coordenadas que dimos a los guardacostas” Liam abrió mucho los ojos. “¿Quieres decir que no nos verán? “Si seguimos a la deriva, sí” La voz de Ethan era aguda, controlada, pero Liam vio la tensión en su mandíbula.

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El barco pirata pasó rugiendo, dando vueltas para dar otro golpe. El segundo navío le seguía de cerca, acechando sus movimientos como un depredador a la espera del ataque. Liam se aferró a la barandilla, con el corazón martilleándole al darse cuenta de la verdad: el océano era demasiado grande, y los rescatadores estarían buscando en la parte equivocada.

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Los ataques continuaron. Cada vez que los barcos piratas se acercaban, sus cascos golpeaban contra la Estela de la Aurora, alejándola de las coordenadas que Ethan había dado por radio. Los guardacostas estarían ahora buscando en aguas vacías, persiguiendo sombras mientras el velero era empujado más profundamente hacia el aislamiento.

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Liam se agarró a la barandilla con los nudillos blancos, los dientes le crujían con cada impacto. “Nos están dirigiendo como si fuéramos ganado” “Eso es exactamente lo que están haciendo”, gruñó Ethan, tratando de sacar cada onza de fuerza del motor que chisporroteaba. Por un momento, parecía que iban a liberarse. De repente, uno de los barcos piratas redujo la velocidad y se quedó atrás, con el motor echando humo.

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Liam lo vio a través de los ojos nublados por las lágrimas y jadeó. “Ethan, ¡se están rindiendo! Uno de ellos está retrocediendo” La esperanza se encendió brevemente en su pecho, salvaje y desesperada. Tal vez la suerte había cambiado. Tal vez los piratas no eran invencibles después de todo. Entonces el motor bajo sus pies dio una violenta sacudida. El zumbido se convirtió en silencio.

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El barco se tambaleó, el impulso lo llevó unas cuantas esloras antes de que comenzara a derivar sin rumbo de nuevo. La mano de Ethan golpeó el acelerador, girando inútilmente. “No. No, no, no…” La voz de Liam se quebró. “Estamos muertos en el agua” Ethan no respondió. No tenía por qué hacerlo. El segundo barco pirata rugió junto a ellos, empapando la cubierta.

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Se oyeron gritos mientras unas figuras se colocaban en la proa, cuerdas en mano. Los ganchos repiqueteaban contra la barandilla. Los abordantes se acercaban. El silencio tras la muerte del motor fue ensordecedor. No había un zumbido reconfortante, ni un empuje constante hacia delante, sólo el crujido de la madera y el golpeteo de las olas contra el casco. El pecho de Liam se agitó, cada respiración aguda y superficial.

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Sus ojos permanecían fijos en las figuras que se acercaban, siluetas oscuras contra el rocío iluminado por el sol. “Se lo van a llevar todo”, susurró. Su voz temblaba tanto que las palabras casi se quebraron. “Mi equipo… meses de trabajo… todo” Sus manos se movieron hacia el maletín más cercano, como si sujetándolo pudiera protegerlo de algún modo.

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Ethan permaneció inmóvil en la popa, con los hombros erguidos y la expresión tallada en piedra. No cogió el equipo. No se movió en absoluto. “Olvídate del equipo”, dijo en voz baja. “Ahora se trata de nosotros” Liam se volvió hacia él, con los ojos muy abiertos, suplicando algo, cualquier cosa, que sonara como un plan.

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Pero Ethan se limitó a mirar al frente, con la mandíbula apretada, observando cómo el barco pirata recorría los últimos tramos de mar abierto. Los gritos eran ahora más fuertes, palabras que ninguno de los dos entendía pero que encerraban toda la amenaza del mundo. Las cuerdas se balanceaban en el aire, chocando contra la barandilla. Los ganchos raspaban, se enganchaban y mordían la madera. Ethan exhaló una vez, lenta y pesadamente.

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“Están abordando El barco se balanceó bajo el tirón de los cabos, las cuerdas gimieron cuando los piratas apretaron más fuerte. El metal chocaba contra la madera en ráfagas ásperas, y cada sonido cortaba el silencio incómodo que reinaba entre Ethan y Liam. El pulso de Liam martilleaba sus oídos. Se apretó contra la pared de la cabaña, con la respiración agitada.

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A través de los delgados huecos entre las cajas, podía verlos claramente: rostros ensombrecidos por bufandas y capuchas, movimientos rápidos, eficientes, practicados. Uno de ellos golpeó la barandilla con una bota, probando el agarre de los ganchos. Todo el barco tembló por el impacto. Otra voz gritó desde la cubierta, gutural y dominante.

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Ethan no se inmutó, aunque sus nudillos se blanquearon donde apoyaba la mano en la barandilla. “No se están precipitando”, dijo en voz baja, más para sí mismo que para Liam. “Saben que no podemos ir a ninguna parte” Liam tragó saliva. La comprensión aplastó la poca esperanza a la que se había aferrado: los piratas no tenían prisa porque disponían de todo el tiempo del mundo.

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Entonces llegó el primer golpe seco. Una pesada bota aterrizó de lleno en la cubierta del Aurora’s Wake. Los ojos de Liam se clavaron en Ethan, con el terror reflejado en su rostro. Ethan no se movió. Se limitó a respirar lentamente, preparándose para lo que vendría a continuación. Más botas golpearon la cubierta en rápida sucesión, y cada impacto hizo temblar los tablones de madera.

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Liam se estremeció con cada ruido y se apoyó contra la pared del camarote hasta que le dolieron los omóplatos. Los piratas se movían con determinación: cuatro de ellos se extendían por el barco como si ya lo hubieran hecho en innumerables ocasiones. Uno de ellos, alto y ancho de hombros, se quitó la bufanda de la cara lo suficiente para hablar.

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Su voz era áspera, su inglés entrecortado pero agudo. “No hagáis ruido. No os peleéis” Señaló con un dedo a Ethan y luego a Liam. “Siéntate. Tú vives” Ethan levantó las manos lentamente, en señal de conformidad, aunque sus ojos ardían de frío. “No queremos problemas”, dijo con firmeza. “Coged lo que queráis. Pero no hagáis daño a nadie”

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El alto pirata se acercó y empujó a Ethan hacia el banco con una mano firme en el hombro. Otro hombre tiró de Liam hacia delante, arrastrándolo lejos de la pared de la cabaña. Liam tropezó, su corazón latía con fuerza y las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas. “Por favor, sólo soy un investigador, no tengo…”

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“¡Silencio!”, ladró el hombre, sacudiéndole una vez como si no fuera más que un muñeco de trapo. A Liam se le quedó la voz en la garganta. Detrás de ellos, los otros dos piratas ya estaban rodeando la cubierta, con los ojos fijos en las cajas apiladas. Uno de ellos se agachó, golpeó con los nudillos el lateral de una caja y gritó algo al líder.

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La sonrisa del hombre alto se ensanchó, no era cálida ni amable. El tipo de sonrisa que hacía que a Liam se le cayera el estómago. Ethan apretó la mandíbula. Sabía exactamente a qué habían venido. La cubierta parecía insoportablemente pequeña con los cuatro hombres en ella. Su presencia llenaba todos los rincones, sus movimientos eran confiados, seguros.

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Liam se sentó rígido en el banco, con las cuerdas del miedo apretándole el pecho hasta que apenas podía respirar. El alto pirata permaneció cerca de Ethan, con la mirada fija y sin pestañear. No volvió a gritar, no lo necesitaba. Su silencio era un peso en sí mismo, que los presionaba a ambos. Uno de los otros pasó lentamente junto a Liam, con las suelas de sus botas mojadas golpeando la madera.

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Olía a gasoil y a sal, con un fuerte sabor que revolvió el estómago de Liam. El hombre se inclinó cerca de él durante un momento, estudiándolo, luego hizo una mueca y siguió su camino sin decir una palabra. Ethan no se movió. Mantuvo las manos visibles y la voz firme. “Nadie tiene por qué salir herido”, dijo con cuidado. “Coged lo que queráis y marchaos”

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Los ojos del líder se desviaron hacia las cajas y luego volvieron a Ethan. Las comisuras de sus labios se curvaron en una leve sonrisa, como diciendo: ya sabemos para qué estamos aquí. A Liam se le aceleró el pulso. Deseó que Ethan no hubiera hablado. Sentía que cada sonido podía desencadenar algo peor.

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El barco se mecía suavemente sobre las olas, pero a Liam le parecía que el mundo mismo se había quedado quieto, esperando, conteniendo la respiración para el siguiente movimiento. El momento se rompió cuando uno de los piratas se agachó junto a una caja. Golpeó el lateral con los nudillos y luego abrió el pestillo con la punta de un cuchillo. El metal tintineó, afilado y deliberado.

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Liam se echó hacia delante instintivamente. “No, por favor, es delicado” Su voz se quebró y se desbordó antes de que pudiera detenerla. El alto pirata giró la cabeza hacia él, con los ojos fijos. En dos zancadas, acortó la distancia y empujó a Liam hacia el banco con una mano pesada en el pecho.

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“Silencio”, gruñó el hombre. Su aliento desprendía un olor acre a cigarrillos y sal. Liam se quedó inmóvil, demasiado aterrorizado para volver a hablar. El cuchillo aflojó el pestillo y, con un último chasquido, la caja se abrió. Dentro, acolchados en espuma, yacían los instrumentos de Liam: metal reluciente, lentes pulidas, delicados brazos y sensores. Caros, especializados, insustituibles.

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El pirata silbó bajo y llamó a los demás. Se agolparon en la caja, murmurando en un idioma que Liam no podía entender. Sus voces contenían satisfacción, como las de los carroñeros que encuentran un cadáver rico. La mandíbula de Ethan se tensó. Se inclinó sutilmente hacia Liam, con palabras bajas y firmes. “No te muevas. No digas ni una palabra. Cuanto menos llamemos la atención, más posibilidades tendremos”

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Pero los ojos de Liam permanecían fijos en los instrumentos. El trabajo de su vida estaba al descubierto en manos de hombres que no entendían ni les importaba lo que valía, sólo que se pudiera vender. Y ese pensamiento hizo que el miedo se transformara en algo más agudo, algo más cercano a la desesperación. Una vez abierta la primera caja, los piratas se movieron con rapidez.

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Un hombre ladró una orden y otro agarró el borde de la caja, arrastrándola por la cubierta con un chirrido de metal contra madera. El relleno de espuma se desparramó cuando los instrumentos se sacudieron y las delicadas piezas chocaron entre sí. Liam se levantó de su asiento. “Detente, los romperás” El alto pirata se le echó encima al instante, empujándolo con un gruñido.

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Su mano presionaba el pecho de Liam, pesada como el hierro. “Silencio”, repitió, con un tono tan agudo que podía cortar. La voz de Ethan llegó grave y firme desde su lado. “No lo hagas. Déjalo” Sus ojos permanecían fijos en los piratas, pero sus palabras iban dirigidas a Liam. “No puedes detenerlos” Otra caja se abrió con un chasquido de cierres metálicos.

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Los piratas aplaudieron y sacaron un elegante conjunto de sensores como si fuera un tesoro. Uno de los hombres se rió y lo levantó antes de dejarlo caer descuidadamente en la caja. Liam hizo una mueca de dolor, un sonido como el de un animal herido que brotó de su garganta. Ethan le lanzó una mirada de advertencia. “Respira. Respira” La cubierta retumbó bajo el peso del equipo que arrastraban hacia la barandilla.

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Las cuerdas se balanceaban desde el barco pirata y las cajas ya eran arrastradas con frenética prisa. Se oyeron gritos mientras los hombres se apresuraban a terminar su botín. Entonces, un nuevo sonido cortó el caos: un cuerno profundo y dominante que surcaba el mar.

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Liam levantó la cabeza. En el horizonte, un cúter blanco corría hacia ellos, con su proa cortando las olas, y unas rayas azules destellando en su casco. Otras embarcaciones más pequeñas se desprendían de sus costados en formación. Los reflectores barrieron el agua. Las voces retumbaban en los altavoces: “¡Suelten las armas! Apaguen los motores”

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Los piratas se quedaron inmóviles durante un instante y el pánico se apoderó de ellos. “¡Moveos!”, rugió el alto capitán, empujando a sus hombres hacia su barco. Los motores se aceleraron, las cuerdas se cortaron y las cajas robadas cayeron torpemente sobre la cubierta del barco pirata. Tenían la intención de huir con todo lo que pudieran llevar, incluidos Ethan y Liam.

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Unas manos ásperas arrastraron a ambos hombres por las tablas. Liam luchó inútilmente, con la voz quebrada. “Nos matarán, se lo llevarán todo” Ethan tropezó con él, le dolían las costillas donde le habían golpeado, pero mantuvo la mirada. Mientras el capitán pirata se inclinaba sobre el motor fueraborda, maldiciendo su ahogo, Ethan tomó su decisión.

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“Aguanta”, le siseó Ethan a Liam. Antes de que el joven pudiera reaccionar, Ethan le agarró del brazo y tiró de él hacia un lado. Juntos saltaron torpemente por la estrecha brecha hacia la Estela de la Aurora. La cubierta tembló al aterrizar, pero Ethan ya se estaba moviendo.

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Agarró la botavara -la pesada viga que sobresalía de la base del mástil- y la empujó hacia fuera con todo su peso. La viga de madera se abrió de par en par, golpeando el espacio entre los barcos. Chasqueó contra los piratas que se apresuraban a arrancar el motor, derribando a dos al mar y haciendo caer al capitán.

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Se desató el caos. El barco pirata se tambaleó, su motor chisporroteó medio vivo antes de ahogarse de nuevo. Para entonces, los guardacostas ya estaban sobre ellos. Los cabos de agarre volaron, los oficiales subieron a bordo y, en cuestión de segundos, los piratas fueron obligados a bajar a cubierta bajo órdenes gritadas y ataduras de acero.

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Un oficial llegó primero a Ethan y le agarró el hombro con firmeza. “Buena jugada, señor. Sin eso, se nos habrían escapado y se habrían llevado todo con ellos” Liam se desplomó contra el mástil, tembloroso, con lágrimas en los ojos mientras miraba las cajas de su equipo que seguían atadas a la cubierta del velero. “Lo salvaste”, susurró.

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Minutos después, ambos hombres fueron trasladados a la seguridad del cúter. Detrás de ellos, el Estela de Aurora se mecía suavemente en las olas, con las velas rasgadas ondeando, lleno de cicatrices pero aún a flote. Envuelto en una manta, Liam se volvió hacia Ethan, con voz baja pero firme. “Tú también me salvaste” Ethan exhaló, con una leve sonrisa en la boca.

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El cúter los llevó de regreso a tierra firme, mientras el sol comenzaba a ocultarse sobre el agua. Por primera vez en horas, Ethan se permitió relajarse, apoyándose en la barandilla mientras la costa aparecía lentamente a la vista. Liam estaba sentado cerca, todavía envuelto en una manta, con los ojos pesados pero alerta.

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Los agentes les trataron con un respeto discreto, ofreciéndoles comida y bebidas calientes mientras prometían asegurar el equipo robado. Liam preguntó por las cajas más de una vez, y todas las veces le dijeron lo mismo: estaban a salvo, amarradas a la Estela del Aurora, que la Guardia Costera remolcaría detrás.

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Cuando llegaron a puerto, los muelles estaban llenos de movimiento: oficiales de la Guardia Costera esperando, autoridades locales custodiando a los piratas y un grupo de curiosos atraídos por las luces intermitentes. Liam bajó primero del cúter, tembloroso pero erguido, agarrando su cuaderno como un salvavidas.

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Ethan le siguió, firme y silencioso, ofreciendo sólo un gesto de asentimiento a los oficiales que le agradecieron de nuevo su rapidez mental. Cuando pisaron tierra firme, el caos del día comenzó a parecer irreal, como una pesadilla que ya se estaba desvaneciendo. Liam se volvió hacia Ethan, con voz áspera pero segura. “Si no hubieras empujado ese boom…”

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Se interrumpió, incapaz de terminar. Ethan le miró, con ojos cansados que se suavizaban. “Tú habrías hecho lo mismo”, dijo. El joven sacudió la cabeza y una leve sonrisa se abrió paso entre el cansancio. “No, seguiría congelado allí” “Entonces quizá por eso siempre me reservas”, replicó Ethan en voz baja.

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La noche se asentó a su alrededor cuando aseguraron el último equipo. El mar se extendía sin fin más allá de los muros del puerto, pero ahora se sentía diferente: ya no era una amenaza, sino un recordatorio de lo que habían soportado y sobrevivido. Para ambos, el viaje a casa nunca había significado tanto.

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