Advertisement

Respirando hondo, James se obligó a mirar hacia el cobertizo. Sentía las piernas pesadas y el corazón le latía dolorosamente en el pecho. Pero la voz, el dolor desesperado que transmitía, le impulsó a seguir adelante. No podía seguir ignorándola, a pesar de que todos sus instintos le decían que huyera.

Avanzó por el patio trasero, cada paso lento y deliberado, con el peso del momento presionándole. Su mente era un torbellino, pero una sensación de urgencia le inundaba el pecho. Alguien estaba en peligro y James sabía que no podía abandonarlo. Tenía que actuar.

En el umbral del cobertizo, James vaciló, respirando por última vez. Con manos temblorosas, giró el pomo de la puerta, preparándose para lo que le esperaba dentro. Esperaba oscuridad, podredumbre, algo monstruoso. Pero cuando la puerta crujió al abrirse, la visión que tenía ante sí le dejó completamente sin habla…….

A James no le entusiasmaba la idea de mudarse, y menos justo antes de las vacaciones de verano. A los 11 años, dejar atrás a sus amigos le resultaba más difícil de lo que pensaba. Su madre estaba entusiasmada con la casa más grande y el vecindario más tranquilo, pero a James le parecía una despedida para la que no estaba preparado.

Advertisement
Advertisement

Cuando el coche entró en Glendale Hills, James miró las calles bordeadas de árboles altos y jardines bien cuidados. Todo el vecindario parecía perfecto, el tipo de lugar donde las familias hacen barbacoas y los vecinos se saludan. Todo era tranquilo, pacífico, casi demasiado perfecto para el gusto de James.

Advertisement

Estaba a punto de asimilarlo todo cuando algo llamó su atención. Al final de la calle había un cobertizo pequeño y destartalado. Su estructura torcida parecía llevar allí décadas. De los alféizares de las ventanas colgaban telas hechas jirones y el tejado se hundía, amenazando con derrumbarse.

Advertisement
Advertisement

“James, cariño, coge una caja y ayúdame”, le llamó su madre, devolviéndole a la realidad. Echó un vistazo al cobertizo una vez más, sintiendo curiosidad, pero las tareas de desembalaje pronto se apoderaron de él. La extraña estructura desapareció de su mente, por el momento, mientras ayudaba a llevar sus cosas al interior.

Advertisement

Una vez en su nueva habitación, James sonrió. Su habitación era más grande que cualquier otra que hubiera tenido, con ventanas en tres lados que ofrecían una vista completa del vecindario. Se sentía el rey del mundo. Pero cuando miraba hacia fuera, el cobertizo estaba allí, mirándole fijamente.

Advertisement
Advertisement

Cuanto más miraba, más se parecía al tipo de lugar con el que tropezaría en sus aventuras de Dragones y Mazmorras: oscuro, abandonado y lleno de secretos. Su curiosidad se despertó de nuevo, pero rápidamente la apartó, distraído por la emoción de su nuevo hogar y lo que el verano podría depararle.

Advertisement

Esa misma tarde, después de desempaquetar las últimas cosas, James salió a la calle con la esperanza de encontrar chicos de su edad. No iba a pasar las vacaciones de verano en una ciudad nueva sin hacer amigos. El parque estaba cerca y esperaba encontrar a alguien con quien relacionarse.

Advertisement
Advertisement

El parque estaba lleno de risas y de frisbees volando por el aire. James observó a un grupo de niños jugando, con el corazón acelerado. Respiró hondo y se acercó a ellos para presentarse. “Hola, soy James. Me acabo de mudar aquí. ¿Os importa si me uno?”

Advertisement

Los chicos se detuvieron un momento antes de que uno sonriera. “¡Por supuesto! Tenemos sitio para uno más” En cuestión de segundos, James formó parte del grupo. Le informaron sobre el barrio: la mejor charcutería, los vecinos más agradables e incluso la cafetería que daba batidos gratis por las buenas notas.

Advertisement
Advertisement

Cuando el sol empezó a ponerse, proyectando un cálido resplandor sobre el parque, James sintió que la tensión se relajaba. Había hecho amigos. Pero mientras los niños reían y jugaban, su mente volvía al cobertizo del final de la calle.

Advertisement

James vaciló y miró al grupo de niños que le rodeaba. Su curiosidad por el cobertizo le rondaba por la cabeza, así que decidió preguntar. “Oye, ¿qué pasa con ese viejo cobertizo al final de la calle?”, preguntó con voz despreocupada pero llena de verdadero interés.

Advertisement
Advertisement

En cuanto mencionó el cobertizo, se hizo un silencio repentino en el grupo. Las risas que habían llenado el ambiente hace un momento desaparecieron. Los chicos intercambiaron miradas incómodas y, durante un breve instante, nadie habló. Entonces, un chico llamado Lucas tomó la palabra, con la voz más baja que antes.

Advertisement

“¿Ese cobertizo? No es un cobertizo cualquiera”, empezó Lucas, con tono serio. “Dicen que allí vive una vieja bruja. Nadie puede acercarse” Los otros niños se inclinaron hacia él, la tensión palpable mientras todos escuchaban atentamente, esperando el resto de la historia.

Advertisement
Advertisement

Lucas continuó: “Si una pelota o un frisbee caen en su jardín, se supone que nunca debes acercarte. Mis padres me dijeron que no entrara allí. Dijeron que la bruja te maldeciría si lo hacías. Es peligrosa” Las palabras quedaron suspendidas en el aire, como si el propio cobertizo estuviera escuchando.

Advertisement

James no se había criado con muchas supersticiones. Las brujas y los magos parecían cosa de videojuegos o libros de fantasía, no algo que pudiera ser real. Se rió entre dientes, sacudiendo la cabeza. “Vamos, chicos. Las brujas y los brujos sólo existen en los cuentos. Esto es la vida real”, dijo, tratando de disipar el creciente malestar.

Advertisement
Advertisement

Pero los chicos no se rieron con él. Por el contrario, sus expresiones se volvieron aún más serias. El desafío del escepticismo de James sólo parecía alimentar su determinación. Uno a uno, empezaron a contar sus propias historias, cada una de ellas añadida a la creciente sensación de misterio que rodeaba el cobertizo.

Advertisement

Juliet, una chica de pelo rizado, fue la primera en hablar. “Mi hermano estuvo una vez cerca de ese cobertizo. La anciana le tocó y se puso muy enfermo. Ni siquiera sabemos por qué. Antes estaba bien, pero después no podía ni salir de la cama” Su voz temblaba al hablar, una mezcla de miedo e incredulidad.

Advertisement
Advertisement

Un chico llamado Ethan intervino a continuación. “Una vez la vi haciendo algo en un gran caldero junto al jardín. Estaba removiendo algo que olía muy mal. No sé lo que era, pero parecía una poción. Mi madre dice que probablemente maldice a la gente con esas cosas”

Advertisement

Entonces, Lila, una niña más pequeña con los ojos muy abiertos, tomó la palabra: “Una vez la vi en mitad de la noche, agachada sobre los cubos de basura. Recogía todo tipo de cosas -trapos viejos, muñecas rotas, incluso comida- y se las llevaba a su cobertizo. Creo que los utiliza para hacer esos muñequitos, los que se supone que parecen personas”

Advertisement
Advertisement

Maya, una chica tranquila con trenzas oscuras, habló en voz baja. “Una vez la vi de pie en medio de su jardín, sosteniendo un enorme gato negro. Era como si le hablara en voz baja, como si estuvieran conversando. Me miró fijamente y, lo juro, no pestañeó. Luego me miró a mí y me fui corriendo a casa”

Advertisement

Cuando el sol empezó a ponerse, proyectando largas sombras sobre el parque, James estaba rodeado por al menos una docena de niños. Cada uno tenía su propia historia sobre la bruja. Aunque no estaba del todo convencido, las historias habían calado hondo en su mente. El cobertizo, que antes no era más que una rareza al final de la calle, era ahora algo mucho más oscuro y misterioso.

Advertisement
Advertisement

Cuando James volvió a casa, su mente bullía con las historias de los otros niños. No quería creer en brujas, pero cuanto más pensaba en ello, más dudas le asaltaban. Muchos niños tenían historias -demasiadas, al parecer- y casi todos habían visto u oído algo extraño en el cobertizo.

Advertisement

Le picaba la curiosidad y, a medida que avanzaba el día, se le acumulaban las preguntas. ¿Y si los niños tenían razón? ¿Y si realmente ocurría algo al final de la calle? No podía seguir ignorándolo. La curiosidad le llenaba los huesos y sabía que tenía que investigar, aunque no estuviera seguro de lo que esperaba encontrar.

Advertisement
Advertisement

Esa noche, después de cenar, James decidió observar el cobertizo desde su ventana. No iba a acercarse todavía, pero observar desde la distancia le parecía bastante inofensivo. Apartó un poco las cortinas, entrecerrando los ojos en la creciente oscuridad, intentando detectar cualquier señal de movimiento desde el patio.

Advertisement

Durante un rato no ocurrió nada. El cobertizo permaneció como siempre, inmóvil y silencioso. Pero entonces, justo cuando la noche se hacía más profunda, la vio: la anciana. Estaba sentada junto a la ventana del cobertizo, con velas parpadeando en el alféizar. No había nada particularmente inusual en su posición, pero algo en su quietud lo inquietó.

Advertisement
Advertisement

James la miró fijamente, intentando comprender lo que hacía. Ella no se movía, no parecía reconocer nada a su alrededor. Era casi como si estuviera en trance, contemplando la luna con una mirada inquebrantable. Sus ojos se entrecerraron y su mente se apresuró a buscar una explicación. ¿Estaba esperando algo?

Advertisement

De repente, sin previo aviso, giró la cabeza y lo miró directamente. James se quedó helado y el corazón le dio un vuelco. Sus ojos estaban fijos en su ventana. Por un instante, todo pareció detenerse. ¿Le había visto? Corrió rápidamente las cortinas y se apartó de la ventana, con la respiración entrecortada. Sentía frío en la piel.

Advertisement
Advertisement

A la mañana siguiente, la sensación de inquietud persistía, pero su curiosidad era aún mayor. Tenía que saber más. Si había alguna posibilidad de que las historias de brujas fueran reales, tenía que verlo con sus propios ojos. Esta vez, se acercaría más. Cogió su bicicleta y se dirigió hacia el cobertizo, manteniendo una distancia prudencial pero decidido a averiguar qué estaba pasando realmente.

Advertisement

A medida que se acercaba, observó algo extraño en el suelo, cerca de la valla: dibujos de tiza en el pavimento. Eran desordenados y extraños, no se parecían a nada que hubiera visto antes. Los símbolos -círculos, triángulos y líneas- estaban dibujados en blanco, medio descoloridos por el tiempo. Le recordaron a los sigilos que había visto en su videojuego. Sólo era una coincidencia, se dijo. Pero aún así, algo en ellos le hizo sentirse inquieto.

Advertisement
Advertisement

Caminó con cuidado por el patio, manteniéndose en la acera y a distancia de las marcas. A medida que observaba más, vio que había ramitas colgando de la valla cerca de la ventana. Estaban dispuestas en hileras, cada una envuelta en plumas y lo que parecían ser pequeños huesos.

Advertisement

James se detuvo, su ritmo cardíaco se aceleró. ¿Por qué tenía huesos pequeños? Cuando se apartó de la valla para ver mejor, vio más cosas. Había un pequeño cuchillo en el suelo y, junto a él, un cáliz oxidado, viejo y extrañamente clavado en la tierra. No eran objetos al azar. James sabía por su videojuego DnD que las brujas utilizaban estas cosas para sus rituales.

Advertisement
Advertisement

Pero fue al mirar más atrás en el patio cuando se le cortó la respiración. Allí, sobre la estufa de ladrillo, había una gran olla negra, la misma que Ethan había descrito. Estaba encima de una estufa improvisada, oscura y desgastada, y algo burbujeaba en su interior. El olor, tenue pero inconfundible, era agrio. No se parecía a nada que hubiera encontrado antes.

Advertisement

James no era creyente. Se negaba a creer que hubiera magia de verdad. Pero las cosas que acababa de ver -los símbolos, los huesos, el caldero- le revolvían el estómago de un modo que no podía ignorar. Puede que la anciana no fuera una bruja, pero sin duda había algo que no era normal en ella. El cobertizo, los objetos, las cosas que había encontrado… empezaba a creer que había algo más de lo que esperaba.

Advertisement
Advertisement

Mientras James estaba allí, con los ojos fijos en los extraños objetos del patio, un crujido procedente de la puerta del cobertizo le sobresaltó. El corazón le dio un vuelco cuando la anciana salió al patio. Sin pensarlo, James se agachó detrás de un árbol cercano, con la respiración entrecortada.

Advertisement

Permaneció lo más quieto posible, observando desde detrás del tronco, asegurándose de que ella no lo viera. La mujer no pareció notar nada fuera de lo normal. Avanzó lentamente por el camino de entrada, con movimientos lentos y deliberados. James la siguió desde la distancia, incapaz de apartar la mirada.

Advertisement
Advertisement

Para su sorpresa, la mujer se detuvo delante de la casa de un vecino y empezó a rebuscar en la basura. A James se le aceleró el corazón cuando la vio sacar una mata de pelo, espesa y enmarañada, de una bolsa de basura y meterla en el bolso. Había leído que las brujas utilizaban el pelo para sus rituales. Su mente se agitó.

Advertisement

¿Lo iba a utilizar para un ritual? ¿Era parte de su extraña magia? La piel se le erizó de inquietud. La mujer siguió rebuscando en la basura, sacando otros objetos desechados. En ese momento, la puerta de la casa se abrió y el propietario salió al ver a la anciana. “¡Eh! ¡Aléjate de mi basura!”, gritaron enfadados.

Advertisement
Advertisement

La mujer ni se inmutó. En lugar de eso, escupió al suelo y murmuró algo en voz baja. A James se le hizo un nudo en el estómago al preguntarse si estaría maldiciendo al dueño de la casa. El corazón le retumbó en el pecho y rápidamente dio la vuelta a la bicicleta, pedaleando de vuelta a casa presa del pánico.

Advertisement

No se detuvo hasta llegar a la puerta, con la mente acelerada. Las piezas empezaban a encajar. Era imposible que la anciana fuera una vecina estrafalaria. Las brujas no existen -se repetía a sí mismo-, pero el pelo extraño, los objetos rituales, las maldiciones… James ya no estaba tan seguro de sus creencias.

Advertisement
Advertisement

A pesar de que todo en él le decía que lo dejara, James no podía evitar la sensación de que la anciana era realmente una bruja. Intentó razonar consigo mismo: las brujas no eran reales, ¿verdad? Pero cada cosa extraña que veía, cada historia susurrada por los otros niños, iba minando su escepticismo. ¿Y si tenían razón?

Advertisement

Cuando llegó a casa, James se sentía entumecido. En su mente seguían enredadas las visiones del cobertizo, los objetos extraños y la inquietante mujer. Durante la cena, no escuchaba la voz de su madre. Ella hablaba de su padre, de planes para el fin de semana, pero él sólo podía pensar en la misteriosa mujer y en el inquietante cobertizo al final de la calle.

Advertisement
Advertisement

“James, cariño, ¿has oído lo que he dicho?” La voz de su madre atravesó la niebla de su mente. Parpadeó y se dio cuenta de que no había oído nada. “Ha llamado tu padre. No podrá venir este fin de semana. Está en el trabajo” Normalmente, esto le habría hecho sentir una punzada de decepción, pero esta noche, apenas lo notó.

Advertisement

Durante dos años, desde el divorcio, se había acostumbrado a la presencia constante de su madre, a la estabilidad que le aportaba. Pero las visitas de fin de semana con su padre siempre eran diferentes: echaba de menos las aventuras, los momentos juntos. Esta noche, sin embargo, la tristeza quedó amortiguada por la rareza del cobertizo.

Advertisement
Advertisement

“James, ¿estás bien?”, le preguntó su madre, con voz preocupada. Le puso una mano sobre la suya, pero él apenas se dio cuenta. Después de un momento, suspiró y levantó la vista, sus palabras salieron apresuradamente. “Mamá, hay una mujer que vive en un cobertizo al final de la calle. Creo que podría ser una bruja. Los niños dicen que hace cosas muy raras…”

Advertisement

Su madre se rió, con un sonido ligero y desdeñoso. “¿Una bruja? James, ¿por qué viviría alguien en ese cobertizo destartalado? No es real, cariño. Las brujas no existen en la vida real” Le dio unas palmaditas tranquilizadoras en la mano. Normalmente, James la habría creído, pero después de lo que había visto, ya no estaba tan seguro.

Advertisement
Advertisement

Tragó saliva, la incertidumbre crecía en su pecho. Las palabras de su madre no le hicieron sentirse mejor. Había visto cosas que no encajaban, cosas que no podía explicar. Pero una cosa era cierta: tenía que alejarse de aquel cobertizo y de la anciana que vivía allí. Se prometió a sí mismo que no volvería a acercarse.

Advertisement

Durante el resto de la noche, James intentó ignorar su curiosidad. Cerró bien las cortinas y evitó mirar por la ventana, aunque el cobertizo seguía siendo visible desde su habitación. Sabía que tenía que dejar a un lado el miedo y la fascinación, concentrarse en otras cosas. Al fin y al cabo, habían llegado las vacaciones de verano.

Advertisement
Advertisement

Llegó el fin de semana y, como había prometido, el padre de James le envió un paquete con una pelota de béisbol nueva y un guante como disculpa por haberse perdido los planes del fin de semana. James sonrió, agradecido por el regalo, y decidió pasar la tarde en el parque, jugando al béisbol con sus nuevos amigos.

Advertisement

Se divertía, reía y bromeaba con los otros niños, dejando a un lado las preocupaciones por su padre y los inquietantes pensamientos sobre el cobertizo. Por un momento, todo parecía normal. El olor a hierba fresca, el sonido del bate al golpear la pelota… estaba en paz.

Advertisement
Advertisement

Pero entonces, sucedió. Uno de sus amigos lanzó la pelota con demasiada fuerza, haciéndola volar por encima de la valla, directa hacia el patio del cobertizo. Todos se detuvieron y palidecieron al ver dónde había caído la pelota. Inmediatamente, los niños se dispersaron, todos huyendo como si la pelota hubiera caído en un pozo de veneno.

Advertisement

James se quedó helado. Normalmente, él también habría corrido. Cada parte de él quería unirse a los demás para evitar el inevitable enfrentamiento con la bruja. Pero no era un balón cualquiera. Era la que le había enviado su padre. No podía dejarlo escapar sin intentar recuperarlo.

Advertisement
Advertisement

James estaba allí, con el corazón martilleándole en el pecho. Cada parte de él gritaba que corriera, pero no podía. La nueva pelota de su padre estaba a pocos metros, demasiado cerca para dejarla atrás. Lentamente, reunió el poco valor que le quedaba y empezó a caminar hacia el cobertizo.

Advertisement

Cuanto más se acercaba, más pesados se sentían sus pasos. Cuando llegó a la valla, se detuvo y miró por un hueco. La pelota estaba cerca de la puerta trasera, pero no fue sólo la pelota lo que llamó su atención. El cuchillo, los huesos envueltos en ramitas y el caldero en el rincón más alejado hacían que el aire se sintiera cargado de terror. Las piernas le flaqueaban.

Advertisement
Advertisement

Estar tan cerca del cobertizo con todos los objetos extraños a la vista hizo que su coraje se evaporara. Pero justo cuando sus pies empezaban a girar hacia la seguridad de la calle, una voz ronca y débil rompió el silencio. James se quedó paralizado, con todos los músculos del cuerpo bloqueados. La voz sonaba como la de alguien que sufre y pide ayuda desesperadamente.

Advertisement

“Ayúdame”, susurró la voz, provocando un escalofrío en James. Se quedó clavado en el sitio, con los latidos del corazón en la garganta. Luego volvió a sonar, más fuerte, más clara. “Ayúdame Esta vez, las palabras parecían un grito desesperado, que tiraba de algo muy dentro de él.

Advertisement
Advertisement

El miedo le invadió como un maremoto, pero algo más, la urgencia de aquella voz, le hizo darse la vuelta y correr hacia la casa. No podía ignorarlo. Tenía que decírselo a su madre. Alguien estaba sufriendo.

Advertisement

“¡Mamá, he oído a alguien en el cobertizo! Suplicaban ayuda, tienes que venir a ayudarles” se apresuró a explicar James nada más entrar en la casa. Su madre, sin embargo, lo descartó de inmediato “James, es sólo tu imaginación. No hay nadie en ese cobertizo. Las brujas no existen. Ahora, por favor, no me molestes y déjame trabajar”, le dijo haciéndole señas para que se fuera.

Advertisement
Advertisement

El peso de sus palabras lo presionó, dejándolo frustrado y derrotado. ¿Cómo podía no creerle? Lo había oído, sabía que lo había oído. Pero su madre no le creyó. Lo descartó como si todo estuviera en su cabeza. Decidido a no dejarlo pasar, se dio la vuelta y salió furioso. Fuera, miró a su alrededor, esperando encontrar a un adulto, alguien que le escuchara, alguien que le entendiera.

Advertisement

Pero la calle estaba vacía y el silencio le oprimía como un gran peso. Todos sus instintos le decían que se diera la vuelta, que dejara atrás el cobertizo, pero la voz, desesperada y llena de dolor, resonaba en su mente. No podía ignorarla. Respiró hondo y caminó hacia el cobertizo.

Advertisement
Advertisement

James entró en el cobertizo, con el corazón latiéndole con fuerza mientras se preparaba para enfrentarse a lo que había temido. Esperaba encontrar la guarida de una bruja, con animales muertos en las paredes, lagartos en frascos e incluso una gran escoba descansando en un rincón. Pero lo que encontró no era nada de lo que había imaginado.

Advertisement

El interior no se parecía en nada a la guarida de una bruja. En cambio, parecía una cabaña encantadora y pintoresca, sacada directamente de una película de Disney. Las paredes estaban adornadas con atrapasueños hechos de ramas, plumas y conchas. Se respiraba una elegancia sencilla, en marcado contraste con la oscura imagen que había pintado en su mente.

Advertisement
Advertisement

James se quedó helado, con los ojos fijos en la inesperada belleza del cobertizo. Había esperado algo siniestro, pero en su lugar encontró un espacio pacífico y acogedor. Mientras contemplaba el cobertizo, su mirada se posó en la anciana, que yacía cerca de las escaleras, acurrucada por el dolor.

Advertisement

Se había caído, y su fragilidad era evidente en la forma en que luchaba por moverse. James corrió a su lado, su preocupación por ella superaba a su miedo. “¿Estás bien?”, preguntó con voz preocupada. Los ojos de la mujer se abrieron lentamente y parpadeó, sorprendida por su repentina aparición.

Advertisement
Advertisement

“Me he torcido el tobillo”, susurró con voz frágil. James la ayudó inmediatamente a sentarse y la sostuvo mientras se recostaba en una silla cercana. “Gracias, hija”, murmuró ella, con gratitud en la voz. James no pudo evitar mirarla atónito. No era en absoluto la figura aterradora que había imaginado.

Advertisement

Mientras la ayudaba a acomodarse en la silla, James no podía dejar de mirarla. La anciana no se parecía en nada a la bruja que había imaginado. Era una anciana frágil y normal, con las líneas de la edad grabadas en el rostro. Al verle fijamente, sonrió con dulzura y preguntó: “¿Qué te pasa, niña?”

Advertisement
Advertisement

“¿Eres una bruja?” Preguntó James, con una voz llena de inocente curiosidad. La pregunta quedó flotando en el aire un momento antes de que la anciana soltara una suave carcajada. Hizo un gesto con la mano, descartando la idea. “¿Una bruja? Oh, no, niña. No soy una bruja. Sólo una anciana que intenta vivir su vida”

Advertisement

La risa de la anciana era cálida, pero había tristeza en sus ojos cuando continuó. “La gente de este barrio cree que soy una bruja porque vivo sola en este cobertizo y hago las cosas de otra manera. Pero no lo soy. Sólo intento sobrevivir” Continuó explicando el caldero, los huesos y los cuchillos.

Advertisement
Advertisement

“Cocino al aire libre porque no tengo dinero para una conexión de gas”, explica. “Los huesos son de pollo y pescado que encuentro en la basura. ¿Y los cuchillos? Los uso para tallar madera y hueso para hacer estos atrapasueños”

Advertisement

Continuó explicando que una vez había vivido en una de las casas de la calle con su marido. “Pero cuando murió, mis hijos se lo llevaron todo -la casa, el dinero- y me dejaron aquí”, dijo en voz baja, con un tono de tristeza en la voz. “Este cobertizo es todo lo que tengo ahora”

Advertisement
Advertisement

James escuchó en silencio mientras ella le explicaba las razones de las cosas extrañas que había presenciado. Los sellos que había visto en el suelo eran marcas de tiza para ahuyentar a las hormigas. El pelo que recogía era para alejar a los mapaches de su jardín. Con cada explicación, el miedo de James se desvanecía, sustituido por la empatía. La mujer no era una bruja; sólo era una anciana solitaria y pobre que intentaba arreglárselas en un mundo que le había dado la espalda.

Advertisement

James salió del cobertizo, con el miedo desvaneciéndose pero con una gran determinación. Estaba decidido a mostrar la verdad al vecindario. La anciana había sido una incomprendida durante demasiado tiempo. No podía permitir que la pintaran como una bruja cuando ella simplemente luchaba por sobrevivir.

Advertisement
Advertisement

A la mañana siguiente, cuando James se reunió con sus amigos en el parque, estaba ansioso por contarles lo que había descubierto. “He entrado en el cobertizo”, dijo, con la voz llena de emoción. “No es lo que pensábamos. Parece sacado de un cuento de hadas: un lugar hermoso y tranquilo”

Advertisement

Al principio, los niños se mostraron escépticos. “No puede ser”, dijo Owen, con los ojos entrecerrados por la incredulidad. “Nos estás tomando el pelo” Pero James no se echó atrás. Lo explicó todo -el caldero, los huesos y el pelo-, dibujando un cuadro de lo que había aprendido. Poco a poco, la curiosidad de los otros niños empezó a pesar más que sus dudas.

Advertisement
Advertisement

Finalmente, decidieron ir a ver el cobertizo por sí mismos. Con James a la cabeza, cruzaron el patio, con pasos vacilantes pero curiosos. Al entrar en el cobertizo, sus dudas se disiparon. No se parecía en nada al lugar oscuro e inquietante que habían imaginado. En cambio, era cálido y acogedor, lleno de atrapasueños hechos a mano y del aroma de hierbas frescas.

Advertisement

Cuanto más exploraban los niños, más se daban cuenta de que se habían equivocado completamente sobre la anciana. Tristes por haberla malinterpretado, los niños del barrio se sintieron profundamente arrepentidos. Conmovidos por su historia, decidieron ayudarla. Juntos planearon un puesto de limonada para el verano, y todos los beneficios se destinarían a la anciana para ayudarla a arreglar su cobertizo y pagar la factura del hospital.

Advertisement
Advertisement

James y sus amigos trabajaron duro, montando el puesto todos los fines de semana, sirviendo limonada y corriendo la voz. Sus esfuerzos no tardaron en dar fruto. El dinero recaudado permitió a la mujer recibir las reparaciones que necesitaba y las comodidades que le faltaban. Los niños se sintieron orgullosos, sabiendo que estaban marcando la diferencia.

Advertisement

Al final, los atrapasueños de la anciana también encontraron un nuevo hogar. Se corrió la voz sobre su historia y su artesanía, y pronto pudo vender sus creaciones a los vecinos. Con su reputación limpia, dejó de ser temida. Por fin la veían como lo que realmente era: una mujer sola que intentaba sacar lo mejor de sí misma.

Advertisement
Advertisement

La valentía y la empatía de James habían transformado por completo la vida de la anciana incomprendida. Con su voluntad de escuchar y ayudar, no sólo cambió su vida, sino que también enseñó al vecindario una valiosa lección sobre la compasión, la comprensión y el hecho de no juzgar a los demás por lo que aparentan ser. Fue un final feliz, que le acompañaría siempre.

Advertisement